viernes, 19 de junio de 2009

...Y cuando desperté...

… Tu estabas a mi lado, dormido, te habías quedado tan tranquilo y apaciguado abrazándome, de vez en cuando, abrías un poquito los ojos y con una tenue luz que entraba por la ventana, podía apreciar que me mirabas tiernamente, hasta que entraste en un profundo sueño. Yo no podía dormir, pues aquella noche, me sentía tan especialmente enamorada, sentía tanto amor por ti, que, de repente, sentí un estremecedor miedo a perderte. Sentía la calidez de tu cuerpo en contacto con el mío y quería que aquella sensación de amar y sentirme amada, no se borrara de mí, nunca jamás y estuve horas siendo consciente de tu abrazo, negándome a caer en el sopor del sueño, para así, retener todo aquel amor y toda la felicidad que llenaba aquella noche.

Aquella tarde, habíamos tendido juntos la ropa y compartido otras tareas de casa, cuando acabamos, me preguntaste si no me importaba que leyeras un rato, a lo que lógicamente te contesté que no, que yo aprovechaba para ir al gimnasio. Y cuando volví, me tenías la cena preparada, con una vela encendida, incluida, en la mesa, ¿quién sinó tu, era capaz de todas aquellas cosas y de tener siempre esos detalles, que sabías que me hacían feliz? Cenamos conversando sobre cómo nos había ido el día, planeando cosas para hacer aquel fin de semana, pues ya era jueves y hacía buen tiempo y a los dos nos apetecía hacer cosas juntos… Me hablabas con aquella mirada vivaracha, con un brillo especial en tus ojos, que sólo veía cuando me mirabas a mí, o eso quería creer…

Cuando te di aquella estupenda noticia, al cabo de unos días, creí que tendría que llevarte de urgencias, víctima de shock de entusiasmo, pues te desbordó la alegría y te reías, tartamudeabas, me cogiste en brazos y me diste no sé cuantas vueltas en el aire, hasta que te dije que me estabas mareando… Ibamos a tener un hijo, por fin, después de tres años juntos, habíamos decidido ir a por ese hijo deseado y tras estar intentándolo durante varios meses, ¡por fin lo habíamos conseguido…! estábamos tan contentos e ilusionados, a la vez que temerosos de saber criar a una criatura y educarla lo mejor que supiéramos… ¡pero éramos tan dichosos…!

Pasaron los meses y llegó nuestro esperado bebé, tenía unos ojos enormes y preciosos, como los tuyos, unos ojos que buscaban y rebuscaban en nuestras caras, dicen que los recién nacidos apenas ven nada, pero parecía que nos miraba y nos reconocía como a sus padres, eso sí, cuando sonreía, tu decías que tenía mi sonrisa.

Nos miramos después de observarle, embobados, un ratito, tocar sus manitas, sus diminutos pies, su naricita y entonces, nos abrazamos y me besaste tan dulce y apasionadamente a la vez, que empezaron a brotar lágrimas de mis ojos, deseando que aquel momento fuera eterno… tu y yo, nuestro amor y fruto de él, nuestro hijo.

Pero, una noche, de repente, desperté y no había rastro de ti en nuestra cama, ni tan siquiera una mínima prueba de que hubieras estado ahí… miré alrededor y nuestro hijo tampoco estaba… me levanté, abrí los armarios y ya no estaba tu ropa, te llamé, grité una y otra vez el nombre de nuestro bebé, corrí como loca por toda la casa, te grité y te maldije por haberme abandonado, te insulté una y otra vez, incrédula de lo que me habías hecho, dejarme y llevarte a nuestro hijo, yo estaba segura que me querías, que éramos felices, tu siempre me hacías sentir bien y muy amada, aquello no podía ser real… no podía estar ocurriéndome a mí…

…Pero era cierto, era real, en aquella casa no había nadie más que yo misma, tu ya no estabas y nuestro hijo tampoco y fueron pasando los minutos y fui siendo consciente de que todo había sido un sueño... ¡un maldito sueño!, nada era cierto, me di cuenta de todo al dejarme caer, abatida, al suelo, entre sollozos y lágrimas, todo aquello había sido solo fruto de mis deseos, lo que me hubiera gustado tener en este momento y no tenía. Tu ni existías, ni tan si quiera habías existido, pues eras tan perfecto… ¿Cómo podría existir alguien tan perfecto, aún con sus defectos? alguien que realmente me conocía, me aceptaba y me amaba, se desvivía por hacerme feliz, a la vez que me dejaba libre, para que siempre volviera a su lado… sin posesiones, sin celos, sólo esa confianza y complicidad que me despertabas y que yo misma, a su vez, depositaba en ti y en el amor que, realmente, sentía.

Me costó darme cuenta de que jamás había habido una cuna al lado de mi cama, que por más que la buscaba, no es que se hubiera esfumado, es que nunca había existido… todo había parecido tan real, mi vida era tan, verdaderamente, plena… lo tenía todo… y de repente, cuando desperté, ya no tenía nada, sólo a mi misma y mis ojos llenos de lágrimas. Mi vida ya no tenía sentido después de aquel sueño y sólo quería volver a dormir y volver a soñar contigo, en nuestro amor invencible y en nuestro bebé.

Pasaron días, después de aquel trágico amanecer, en el cual habían aparecido los fantasmas de mis traidores y malditos deseos, cuando me pregunté el porqué nos hacen pensar desde pequeños, que sólo podemos ser felices con una pareja e incluso más llenos y más completos, si además tenemos hijos, que nuestro mejor destino es encontrar a esa media naranja o amor ideal y formar una familia… y me rebelé contra ello, pensé que no tiene porqué ser así y que no a todos nos ocurre eso y no quiere decir que por no haberlo conseguido, no podamos ser felices, aunque dichosos aquellos que así se sienten, teniendo todo ésto y disfrutándolo.

Y si algún otro amanecer vuelvo a despertar, de repente, pensando que he perdido algo, sintiéndome vacía y perdida, volveré a darme cuenta de que eso, no lo es todo en la vida, volveré a librarme de esos clichés, que hacen creer que una mujer que está sola y no ha formado una familia, no puede ser feliz, está desesperada o necesitada y sólo desea eso en la vida, me niego a tener esa visión de mí, ni de otras mujeres en mi misma situación, al igual que me niego a buscar o esperar algo, en esta vida, que por lo que sea, de momento, no me ha tocado vivir… ahora vivo por y para mí, para mi familia y para mis amistades, tengo un trabajo que conservar y una vida que cuidar y de la que disfrutar : la mía.

Enoa.